El disco está rayado, alguien susurró desde el balcón. Me picó la curiosidad y subí. La puerta estaba entreabierta y, al fondo del pasillo, Fellini y Gregorio estaban tirados en el suelo, a punto de descorchar un rioja del 77 para amenizar la espera. Me esperaban a mí. Y ni siquiera tenían tocadiscos. Ni discos. Tarareaban canciones de Hope Sandoval y me preguntaron cuándo volverían los jilgueros.
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