lunes, 5 de mayo de 2014

Procrastinar

El cielo cobró el sentido que había perdido la vida de Roger.
El comerciante ambulante, aparte de afilar cuchillos y demás menesteres punzantes, cumplía la función de despertador todas las mañanas de domingo. Volvieron las flores a adornar los balcones en los que se apoyaban los abuelos lamentándose de la procrastinación imperante en sus largas vidas mientras fumaban una pipa y escuchaban de fondo a sus mujeres, las cuales entre esquinas competían entre artritis y prótesis de cadera. Los ojos tristes de la camarera que le servía el americano a primera hora y a media mañana tenían un color distinto, ahora se despedía deseando un buen día a todo aquel que pisara su cafetería y ahogar la muerte de su marido en botellas de vino por las noches pasó a otra vida peor. Su vecino, aislado del mundo y recluido en el edificio, convencido de la amenaza que suponían los chemtrails para su integridad, aseguraba verle salir todas las mañanas a las 7:12 a través de la ventana de la habitación de su hija. Roger cerró la puerta a la vez que se encendía un cigarrillo y pensó entre sí que si aquel buen hombre conocía su rutina, sus días habrían de ser igual de monótonos.
El sol no se atrevía a salir y se retrasaba.